¿Qué es educación de CALIDAD?
Calidad, asociada a educación, es entendida y manejada de maneras muy diversas. La mayoría de la población opina sin conocer la abundante investigación y los acalorados debates que vienen dándose al respecto durante varias décadas en América Latina y en el mundo.
La mayoría de personas asocia educación con a) niños y jóvenes, y b) sistema educativo. No obstante, la educación incluye a todas las edades: niños, jóvenes y personas adultas; por otra parte, hay educación/capacitación/formación también fuera de las aulas y del sistema educativo: en la familia, en la comunidad, en el trabajo, en la organización social, a través de los medios de comunicación, de internet, etc. La noción de calidad puede aplicarse a todas esas educaciones, identificando en cada caso sus características específicas. También hay autoeducación, aprendizaje autónomo, informal, no mediado por la enseñanza. En este texto nos referimos principalmente a la calidad del sistema educativo, a la educación formal y no-formal de niños, jóvenes y adultos. Nos interesa sobre todo llegar a los ciudadanos comunes, a los no-especialistas, usando para ello un lenguaje llano, sin jerga.
Como alumnos o como padres y madres de familia, ¿dónde y cómo podemos identificar si un plantel o una oferta educativa es de calidad? Algunos elementos básicos: relaciones (respeto, afecto, empatía, buena relación entre alumnos, profesores y autoridades, participación de las familias, vínculos con la comunidad); espacios (limpios, agradables, dignos, equipados con servicios básicos, adecuados al medio); manejo del tiempo (distancia y movilidad desde y hacia el hogar, jornada escolar, estudio, recreo, interacción, esparcimiento, deberes, etc.); enseñanza (amabilidad, paciencia, afecto, sin amenazas ni castigos, contenidos interesantes para los alumnos, métodos activos, lengua de los alumnos); aprendizaje (motivación, interés, aprender a aprender de manera autónoma, aprender a pensar más que a memorizar o repetir); clima escolar (respeto, colaboración, confianza, ausencia de violencia y de miedo).
Las familias y los políticos tienden a fijarse en lo primero que está a la vista: la infraestructura. Se asume – equivocadamente – que si la construcción es moderna, la educación en su interior es buena. Y al revés: si el lugar es precario o la educación se hace al aire libre, se asume – también equivocadamente – que la educación es mala.
Muchos reducen hoy calidad de la educación a aprendizaje de los alumnos. Asumen que los mejores planteles y los mejores sistemas educativos son aquellos en que los alumnos obtienen buenos puntajes en pruebas u otros intrumentos. No obstante, si bien el aprendizaje es un indicador fundamental de la calidad, ésta no tiene que ver solo con resultados sino con procesos, objetivos, contenidos, relaciones, convivencia. Importa no solo cuánto se aprende sino sobre todo qué, cómo y para qué se aprende. No es posible determinar la calidad de un plantel o de un sistema educativo mirando solo resultados de aprendizaje y rankings de dichos resultados (por ejemplo, el ranking en las pruebas internacionales PISA). La educación es, en primer lugar, socialización.
La evaluación ha sido puesta en un pedestal. Muchos creen que a más evaluación (de alumnos, docentes, establecimientos), mejor educación. Pero no es así. Evaluar no conduce automáticamente a mejorar. Hay mucha evaluación mal pensada y/o mal hecha, cuyos resultados no llevan a correctivos y ponen la culpa en los evaluados, nunca o rara vez en el sistema o en los evaluadores. La evaluación distrae de lo importante: el aprendizaje; resta sentido y placer al estudio, pone enorme tensión sobre alumnos, profesores y familias, y fomenta la competencia y el engaño. Estudiar para la prueba no es aprender. O es ‘aprender’ de modo superficial, con un objetivo externo que no responde al impulso interior del ‘querer saber’, del ‘querer aprender’. Lo que se ‘aprende’ pensando en la prueba y en el puntaje se olvida al día siguiente.
Las modernas tecnologías son hoy codiciadas: computadoras e internet en el plantel se consideran sinónimo de innovación y de modernidad (aunque se usen poco y mal). No obstante, puede hacerse muy mala educación en medio de aparatos electrónicos y educación excelente sin cables. Los artefactos, sin buena pedagogía, valen poco en el aula.
Está extendida la idea (el prejuicio) de que la educación pública es mala y la privada buena. Lo cierto es que hay pésima educación privada (incluso si es cara) y buena educación pública.
Muchos – pobres y ricos – dan por buena a la institución que ofrece enseñar idiomas. No obstante, lo primero es que los alumnos aprendan en su propia lengua y respetando su cultura. Esto es un derecho – parte del derecho a la educación – y elemento esencial de la calidad de la educación.
Muchos creen que la calidad tiene que ver solo con la enseñanza, es decir, con la calidad de los docentes. Pero la CALIDAD aplica a todos los componentes de la educación. Debemos tener en cuenta y evaluar la calidad de las políticas, de la gestión, de la investigación, de la asesoría, de la infraestructura, del currículum, del gasto, de la formación docente, de la participación ciudadana. La calidad de la educación depende de todas esas calidades.
De malas políticas educativas no puede esperarse que resulte una buena educación. La buena política educativa implica participación social, diálogo y consulta con la comunidad educativa y con la sociedad, y una adecuada priorización de la inversión. Recordemos: lo más importante no es cúanto sino en qué y cómo se invierte.
Suele haber gran distancia entre realidades y percepciones: en América Latina esa distancia es enorme. Hay excesiva satisfacción con una educación de mala calidady bajos resultados de aprendizaje. A menor nivel educativo y a mayor pobreza, más satisfechas y más conformes están las personas con el sistema educativo.
Para los pobres, muchas veces la calidad de la escuela pasa simplemente por una comida segura al día, un profesor o profesora que no falte, que no maltrate y que, ojalá, al menos entienda la lengua de los alumnos.
Por eso, no cabe confiar en la opinión para determinar calidad. (El Foro Económico Mundial en su Informe Global de Competitividad rankea calidad de la educación a partir de una Encuesta de Opinión de Ejecutivos – Executive Opinion Survey, no basándose en mediciones).
Muy pocos se preocupan de lo importante: qué, cómo y para qué se enseña; qué, cómo y para qué se aprende; qué, cómo y para qué se evalúa. El afecto, el interés, el amor por la lectura, el gusto de aprender y la ausencia de maltrato, de violencia y de miedo son ingredientes indispensables de una educación de calidad, en toda cultura, a cualquier edad.
Vale por eso un breve repaso del tema calidad educativa a la luz del conocimiento y la experiencia acumulados a nivel internacional.
Avanzar hacia una educación de calidad requiere que la ciudadanía se informe mejor a fin de saber qué y cómo exigirla.